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En el Día del Maestro, Marivel Rodríguez Sánchez representa esperanza, vocación y trabajo en Siuna
A Marivel del Carmen Rodríguez Sánchez muchas veces le ha tocado caminar dos horas de ida y otras dos de vuelta para ir a un taller de formación docente. Cuatro horas bajo el sol del Caribe Norte o sobre lodo resbaloso en las solitarias trochas que unen a la comunidad San Miguel con otros poblados como Villa Tadazna o El Guineo. Todo para ser una mejor maestra. Ella representa los mejores valores en este Día del Maestro, enseñando en una alejada comunidad de Siuna.
San Miguel es una de las comunidades vecinas de MLR Forestal que está más recóndita en el área rural. También fue la más golpeada por los huracanes Eta y Iota de 2020: ochenta hectáreas de plantaciones fueron arrasadas por los ciclones en las fincas de MLR Forestal. Desde la escuela San Francisco de Asís podía verse la destrucción y desde ahí también se ve ahora la replantación de los árboles de teca. En ese pequeño centro multigrado es donde da clase la profesora Marivel desde hace once años.
No obstante, la historia de la docente empezó lejos de San Miguel, específicamente en Mulukukú, Matagalpa, donde nació hace 32 años. Hija de padres dedicados a la agricultura, fue la segunda de once hermanos «nueve vivos y dos fallecidos». Cuando Marivel tenía siete años, su familia se mudó a Siuna, «entonces primaria la saqué en la escuelita Niño Jesús, secundaria en el Instituto Parroquial y magisterio en el Instituto Róger López Borge», recuerda.
«Aquí solo se podía andar con botas de hule»
Para esta mujer de cabello largo y ojos oscuros, no hubo práctica previa a ejercer la profesión. «Directamente nos mandaron a comunidades, de un solo a ser maestros. Una profesora pensó en mí y de una vez me mandaron a San Miguel, es el único lugar donde he estado», confiesa.
Para hablar de sus primeros días en la comunidad, Marivel dice que no inició con niños sino con números de teléfono: tuvo que llamar a los padres de familia para que supieran que había nueva maestra en la única escuela del área, que tuvieran confianza y se decidieran a mandar a sus niños. La escuela tenía una pequeña vivienda para el maestro encargado y la joven educadora vivió ahí sola durante un año.
«Después de ese año, me casé y mi esposo, que es de aquí, ya me sacaba para los talleres porque el camino era terrible, peligroso, con charcos. Solo se podía andar con botas de hule desde la escuela hasta llegar a la carretera. Hasta el día de hoy muchos niños, los pobrecitos, solo así caminan porque hay partes que siguen estando en malas condiciones», cuenta. Su única acompañante en esos trayectos que todavía emprende es su hija mayor que ahora tiene diez años.
Los éxitos que recuerda en este Día del Maestro: Siete u ocho bachilleres y un universitario
Al subir la lomita donde se encuentra la escuela San Francisco de Asís, se observa una pulpería, la sencilla capilla católica de la localidad y un par de viviendas más. Lo demás es monte, árboles, flores, la inmensidad del cielo, algunas vacas, gallinas, perros y, más allá, otras casas dispersas. El paisaje corta la respiración por su belleza natural, pero también por su aislamiento.
«Los once años que he estado he dado multigrado. Son seis grados todos los años, lo mínimo que he tenido son cuatro. Algunos padres se decepcionan porque dicen que los niños no aprenden lo que deberían porque son muchos grados y, yo les pido que comprendan porque son seis grados, veinte, veinticinco estudiantes y para un solo maestro es bastante difícil», se lamenta Marivel, aunque de inmediato su rostro se ilumina y habla con orgullo: «Hasta el momento de los alumnos que he tenido hay siete u ocho bachillerados de secundaria y uno está estudiando su carrera universitaria».
Para Marivel la clave del éxito de sus estudiantes depende, en primera instancia, de los padres. «Si ellos apoyan a los niños para que vengan diario a clase, el maestro se siente animado». Con ánimo inicia el año escolar la profesora, pues puede tener cerca de 37 estudiantes matriculados, pero al llegar al corte de primer semestre ya hay entre 30 y 32 y, al final del segundo, muchas veces menos de 30. La deserción causada por la pobreza, la migración o el difícil acceso a la escuela es el mal contra el que la profesora lucha diariamente.
«La mayoría de mis niños quieren ser maestros»
Acerca de los momentos de dicha cotidiana y de fe en el futuro, Marivel menciona el Mes Patrio. «A mí lo que me alegra, lo que me da esperanza de ver algo bueno son las Fiestas Patrias. Septiembre es el mes que tenemos más en cuenta. Más que el mes de la madre, del padre o del maestro. Incluso, el día del niño (primero de junio) nunca lo habíamos celebrado, hasta este año pudimos hacer una fiestecita, comida sabrosa, pero se pudo lograr porque no celebramos el día de la madre (30 de mayo) porque la capacidad de algunos padres no les da y yo los comprendo porque no se puede».
Ella comprende la situación porque también es madre. Su hija Marilín tiene diez años y su hijo Sandor tiene seis. A los dos les da clase: él está en primer grado y ella en quinto. Ambos en la misma aula. «Al niño le gusta menos estudiar, pero ya su papá sabe que tiene que ayudarlo». El padre de los niños, su esposo, se llama Álvaro, trabaja en el campo, pero actualmente es obrero en la construcción de una parroquia católica en San Miguel.
La profesora, que por su labor, valores y cercanía también es una de las líderes de la comunidad, sonríe al narrar una última anécdota de algo que la motiva y la hace feliz. «En un tema de matemáticas que es la tabla estadística, a mí me toca contar qué quieren ser los niños cuando sean grandes y salen más profesores que policías, doctores o pilotos. La mayoría quieren ser maestros, de treinta, veinte dicen que maestros».
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